Ramírez, que fue vicepresidente con Ortega en la segunda mitad de los años ochenta, huyó de Nicaragua hace unos meses y ya ha anunciado que no piensa regresar para evitar represalias. Conoce bien al presidente y se distanció de él, apartándose del sandinismo, en los años noventa.
En medio de un aluvión de críticas de Gobiernos democráticos y organismos defensores de los derechos humanos, Daniel Ortega afirmó el pasado lunes que quienes están siendo detenidos son «terroristas», y calificó de «demonios con sotanas» a los curas y obispos que han condenado la represión. Todo es legal. Dominado por el sandinismo, el parlamento nicaragüense aprobó el pasado mes de diciembre una ley a la medida de lo que está ocurriendo.
Desde el exilio y a través de Facebook, Ramírez, que tiene setenta y nueve años, ha respondido así al exguerrillero al que un día, hace ya mucho tiempo, consideró su amigo:
«Las dictaduras carecen de imaginación, repiten sus mentiras, su saña, sus odios y sus caprichos. Son los mismos delirios y el mismo empecinamiento ciego por el poder y la misma mediocridad de quienes teniendo en su puño los instrumentos represivos y habiéndose despojado de todos los escrúpulos, creen también que son dueños de la dignidad, de la conciencia y la libertad de los demás…
Soy un escritor comprometido con la democracia y por la libertad, y no cejaré ese empeño desde donde me encuentre. Mi obra literaria de años es la obra de un hombre libre. Las únicas armas que poseo son las palabras y nunca me impondrán el silencio».
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